lunes, 21 de noviembre de 2011

El teorema de Almodóvar. Antoni Casas Ros

    Se trata de un libro en el que el autor reflexiona acerca de su pensamiento matemático. Copio aquí un fragmento en el que recuerda el importante papel que tuvo su madre (creo que matemática también) en la formación de ese pensamiento.

Una parte de la belleza de una proposición matemática reside en el hecho de que no siempre es posible convertirla en un teorema, es decir, demostrarla como auténtica. Es lo que llamamos “Lo indecible”. Lo indecible es el compañero de la incertidumbre. Cuando mi madre me dio a conocer este misterio, tendría yo quince años, liberó mi pensamiento matemático y después mi pensamiento en general del dogmatismo ligado a la certidumbre. Comencé a ver y a sentir que, en todo, había tantas posibilidades como snapsis en el cerebro, garantizando la fluidez de los datos y su compenetración. Existen unos cien mil millones de sinapsis. Cien mil millones de posibilidades, a veces veo mi rostro como una de esas posibilidades. Es la gran enseñanza que me transmitió mi madre y, sin ella, probablemente no hubiera podido soportar mi soledad. Digamos más sencillamente que ésta hubiera sido estéril.
Me fascinaban esos momentos que pasaba ante la gran mesa de su despacho, donde las estanterías se combaban bajo el peso de los libros. Esos momentos en que nos unía la pasión matemática y en que ella me desvelaba uno tras otro los arcanos de ese universo mental. Mi madre insistía mucho más en lo que podía ser la mente de un matemático que en la instrumentación. Le estoy oyendo repetirme: “Lo primero es la mente, luego la técnica aflora por sí sola”.

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